lunes, 29 de enero de 2018

LA FORMA DEL AGUA (THE SHAPE OF WATER)




Por Joaquín Peña Arana


¿Qué se hace en estos casos?

Porque tengo años siguiendo a Guillermo del Toro. Desde los tiempos de La Invención de Cronos. ¿Quizás ya veía a Del Toro desde los tiempos de Hora Marcada y jamás me di cuenta? Lo que sí recuerdo era el comercial que dirigió y actuó, donde los malestares estomacales lo convierten en hombre lobo. 

Después, se fue a Hollywood y si vi un tropiezo en Mimic, no lo he soltado desde entonces. El desconcierto con El Espinazo del Diablo: ¿por qué La Guerra Civil Española? ¿Por qué España y no México? Preguntas que estuvieron presentes también en El Laberinto del Fauno pero la obra cinematográfica terminó por vencer toda duda.  Ah, cómo esperé con ansia esa noche de la ceremonia del Óscar y me cubrí el rostro ante lo que sentí como un despojo (¿te acuerdas Lupita Monterde? Fuiste mi testigo). 

Y fui a ver Blade II,  celebré que Hellboy tome Tecate, juré que no volvería a ver El Laberinto del Fauno por ser tan monumental que sólo deberia verla una vez y atesorarla en la memoria y el corazón (falté a mi promesa).  Qué tanto aprecio a este querido gordito que, aunque me parece un churro, volvería a ver El Santos VS La Tetona Mendoza sólo por escucharlo en el papel del Gamborimbo Ponx.  

La Cumbre Escarlata. Titanes del Pacífico. Sus otros proyectos o colaboraciones. En donde esté su  mano. Su mundo de monstruos y máquinas.

Y me topo con que se deshacen en elogios y premios para La Forma del Agua.  Y ahí voy, ansioso de ver ante mí quizás la mejor de todas,  quizás la que por fin le otorgue los premios que le han quedado a deber. 

Pero qué hacer. Qué hacer cuando se sale del cine y el corazón no fue conmovido.  Qué hacer porque iba media película y nada. Iba una hora de película y nada. Y sin querer noto que mi pierna tiembla de impaciencia y más adelante se me escapa un suspiro de ansiedad. Y no veo ni la magia, ni la metáfora ni la historia de amor ni los simbolismos ni la historia universal.  Y no quiero ese sentimiento, pero eso fue lo que ocurrió. 

¿Qué se hace en estos casos? 

Esta vez me inclino por conceder el privilegio de la duda. Es más, que no me importe.  Me prepararé para la noche del Óscar. Celebraré cada que escuche su nombre o el de esta película que no entró en mi entrañas pero que el mundo le celebra. Bien, Del Toro, bien. Que a mi desasosiego se lo lleve el diablo.  Ya me has dado mucho buen cine. 

Larga vida a Guillermo del Toro.  Y que todas las estatuillas rueden a sus pies. 


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